diciembre 10, 2024

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Entre espadas y escudos — Los maestros no necesitan monumentos — Por @RealAleGarcia

Entre espadas y escudos

Los docentes no necesitan monumentos

Por: @RealAleGarcia

Cada 15 de mayo se recitan las mismas frases, se pronuncian los mismos discursos y no hay variación alguna en el orden en que se rezan las palabras que pretenden endulzar los oídos del magisterio. Año con año, los docentes reciben la misma cantaleta.

Lejos de poner una raya más al tigre para destacar la importancia de su labor frente a grupo como lo hacen los políticos en tiempos electorales, quienes merecen un verdadero reconocimiento son las maestras y los maestros que día a día cometen el acto revolucionario de no perseguir protagonismo o poder y practican el altruismo sin caer en la simulación.

No se puede tapar el sol con un dedo, tampoco buscarle tres pies al gato sabiendo que tiene cuatro porque muchos de los que hoy proclaman defender los derechos laborales y profesionales del gremio, en realidad se han servido con la cuchara grande, ya sea desde una posición sindical o estando incrustados en la maquinaria gubernamental.

En el discurso que sale del cajón por el Día del Maestro, se erigen monumentos para revalorizar particularmente a los docentes frente a grupo y las dependencias realizan homenajes con bombo y platillo para ellos. Lo merecen quienes no manejan su escuela como un corporativo; aquellos que se embarcan en la búsqueda del éxito del alumnado y escapan a la tentación de acorralar al personal que no tiene otro tipo de agenda, salvo el tener como prioridad la formación integral de los estudiantes.

Al pie de las estatuas que figurativamente hablando se construyen al profesorado, debería descansar una placa que apele a la memoria de quienes actuaron correctamente y no conformaron Asociaciones de Padres de Familia a modo; de los que, en congruencia con los airados reclamos que levantan contra el poder político, cortaron con todo indicio de corrupción o malversación; de aquellos que no se beneficiaron personalmente y fueron lo suficientemente transparentes como para no favorecer «desde la sombrita» a los amigos, conocidos, familiares y compañías «solidarias» que casualmente militan en alguna fuerza política.

Un lugar en la mesa de los hombres y mujeres ilustres merecen los que saben utilizar el criterio para evitar la aplicación de normativas burocráticas y penalizadoras; los que no tienen la nece(si)dad de velar por la jornada laboral y/o la vida privada del compañero; los que respetan jerarquías y no pretenden tomar de facto atribuciones que no les corresponden o que bajo una «actitud propositiva» sacrifican tiempo valioso en las aulas para operar como asesores técnicos pedagógicos, secretarios particulares o asesores de dirección.

Aplausos, alfombra roja y caravanas, como diría Jorge Pietrasanta, narrador de futbol, se merecen quienes son flexibles a mejorar sus prácticas docentes, fomentan la mejora y el cambio en las escuelas donde laboran, además de emplear un enfoque diferente mediante el cual eluden prácticas memorísticas, dictados interminables y lecturas avanzadas.

Es inobjetable que miles de dedos les apuntan a diario. Sin embargo, aun hay maestros que sin contar con un salario acorde a su jornada laboral, están dispuestos a ceder insumos materiales y recursos económicos para sacar adelante el compromiso adquirido con la educación, lo cual desafortunadamente no siempre se expresa como tendría que hacerlo porque a los ojos comunes les parece, opor decir lo menos, una afrenta.

Ejercer la docencia y estar al servicio de la educación en este país debería ser valorado como una de las más grandes oportunidades por tener el honor y el privilegio de dejar una huella en dos o más mundos.

Para que conste, no se trata de etiquetar a buenos y malos en absoluto o dividir al gremio en idóneos o no idóneos. No obstante, la docencia ha dejado de tener el sabor de antes.

Actualmente pesa más la burocracia que lo que está sucediendo en las aulas; adquiere mayor importancia agotar el programa que brindar atención a la conducta de los educandos, a sus problemas o a las carencias que tienen en casa; una boleta llena de nueves y dieces hoy le hace sombra a la ausencia de los padres, madres de familia y/o tutores en la institución que forma académicamente a sus hijos y a todo esto, ¿Qué lugar pueden tener el estrés, la ansiedad, la depresión o cualquier otra enfermedad si lo relevante es que el personal asista al centro de trabajo para no ser sancionado por su autoridad inmediata superior?

La verdad no se esfuma al omitirla o esconderla debajo de la alfombra. Los compañeros de trabajo no tienen por qué ser vistos como adversarios o enemigos; el éxito ajeno, aunque duela, puede abrir otras puertas y el que tanto propios como extraños reconozcan la labor de otros, lejos de restar, en realidad suma a la expansión de los logros colectivos. Es una lástima que pocos lo vean así.

El docente sale todos los días con un traje de bombero para no ser consumido por una hoguera de egos y vanidades. Se enfrenta a las llamaradas de las que emergen los demonios internos de sus pares o de quienes (según el organigrama) figuran como sus superiores, capaces de encargarle trabajo extra a manera de fútil castigo por la osadía de hacer una labor digna en favor de la escuela y en el transcurso de la jornada, si algo lo salva, es descubrir las enormes potencialidades de las alumnas y los alumnos.

Esto nos obliga a reflexionar porque la docencia se vive, va más allá de un efímero reconocimiento y trasciende la barrera de un pomposo puesto.

Y sí, para muchas de estas cosas les pagan, pero no son pocos los que se despiertan con ganas de cambiar un poco la sociedad a través de su trabajo y terminan siendo víctimas de un atentado.

Desafortunadamente los entornos violentos han alcanzado a las aulas y lastimosamente hoy las noticias hablan de asesinatos de profesores. Desear un detalle o un regalo es una cosa, que se considere un incremento salarial es otra pero para tener un feliz día del maestro ya no se necesitan monumentos, se necesitan acciones para salvaguardar su integridad.

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