¡Es la hora de ganar por y para México!
Por: @RealAleGarcia
Se dice que el nuestro es un país que no sabe en qué quiere convertirse, pero sabe perfectamente —porque ejemplos le sobran— en lo que no quiere hacerlo.
Si usted se pregunta cómo esta nación ha logrado llegar al aquí y al ahora, déjeme expresarle que ha sido gracias a la memoria histórica, la gran aliada de los mexicanos para defender posturas y mantener el rumbo hacia ese México cada vez más posible.
El presidente Lázaro Cárdenas vinculó el petróleo a la identidad de los mexicanos desde 1938 y, durante su mandato, el entonces mandatario, Adolfo López Mateos hizo oficial la nacionalización de la industria eléctrica enarbolando un potente discurso con una advertencia que hoy se mantiene vigente: La aparición de «algunos malos mexicanos identificados con las peores causas del país».
Han pasado 63 años y tal parece que la clase política, sin importar su nivel, no ha logrado entender que el progreso no implica subastar o regalar el patrimonio de la patria, entendiendo claro, que ésta pasa —pero no se circunscribe únicamente— al municipio, la entidad, la federación y comienza en los recursos destinados al sustento de las familias mexicanas.
Frente al peligro latente, las comunidades juegan hoy más que nunca un papel fundamental para demostrar su músculo, para manifestar la sensibilidad de sus mujeres, la vocación de sus hombres y la participación activa de sus organizaciones.
Algunos analistas que gozan de un espacio en medios de información con circulación nacional que, con el presidente López Obrador, México vive un retroceso; lo que no dicen es que, el ir para atrás se vale cuando buscas que tu proyecto tome impulso.
¡Ahora es cuando!
Es el momento en que los municipios y sus comunidades pueden salir a demostrar, una vez más, que son ellos los que dan estabilidad a este país, ¿cómo? Primero reconociendo sus insuficiencias, sus asuntos pendientes y poniendo en valor todos sus logros.
La amenaza de quienes buscan desmantelar y/o privatizar áreas estratégicas de la nación en beneficio de intereses personales, políticos o empresariales puede ser desactivada a través de la participación ciudadana.
No fueron los partidos políticos los que evitaron que México incurriera en una serie de vicios que apenan y aquejan a naciones hermanas. Si México no vive una dictadura, si no vive en anarquía, es gracias a la voluntad popular.
Hace treinta años los representantes de un partido político que hasta entonces era hegemónico se ufanaban de ser los herederos de la revolución; sin embargo, quienes realmente se merecen el título son los habitantes de los municipios y de sus localidades, pues día a día se lo ganan predicando con el ejemplo, con acciones concretas, con el trabajo como su mejor argumento.
No han sido ellos los que han traído el crecimiento económico. Lo han hecho los agricultores, los ganaderos y los pescadores; los mineros, los constructores y electricistas; los comerciantes, los transportistas y los que ofrecen múltiples servicios para facilitar el acceso al bienestar de su comunidad.
La necesidad es, para muchos otros, muy lucrativa. A cambio de quinientos pesos, una lámina o una despensa que le ayudará a la gente hoy, se da la oportunidad a otros para ganar miles o millones, según el puesto en el que estén encumbrados.
La fuente de exigencia padece cuando se ve obligada a quedarse inmóvil, abriéndole la puerta a la complacencia de quienes buscan un medio para servirse con la cuchara grande.
Una de las más grandes herencias que podemos dejar hoy a nuestros hijos, sobrinos, incluso a nuestros nietos es ganar diariamente el derecho al reclamo legítimo. No como lo hacen algunos desde el escritorio y con ínfulas de autoridad, sino con el ejemplo, con principios y valores firmes.
Es el tiempo en que podemos reivindicar la voluntad popular; para exigir que no le quiten a los pobres lo que tanto les costó construir; para mover las raíces del campo y hacerlo brotar; para que el oro no aplaste el porvenir.
Vivir en democracia, libertad y justicia es un derecho de nacimiento al que nos debemos.
La transformación de México
La nueva etapa en la transformación de México no llegó por decreto, sino por ese derecho que los ciudadanos ejercieron en la jornada electoral de 2018, cuando la sociedad reafirmó que solo ella tiene asegurado un lugar en este proceso.
A lo largo de más de 80 años se nos ha dado una gran lección: Que serán la capacidad, la organización, la iniciativa y el nivel de presencia lo que garantizará a nuestra sociedad un mejor futuro.
Es un derecho de nacimiento comer los frutos que dejan los sueños y será de quienes confíen en que esto es posible que surja el cambio verdadero, como lo exige ahora la Nación.
El esfuerzo del panadero que se expone al calor del horno desde las 4 de la mañana, del agricultor que ve por la siembra y cosecha de sus productos, de los cortadores de café que salen por las mañanas apilados en una camioneta o de las amas de casa que mantienen a flote un hogar no puede ser sustituido.
Hay a quienes les cuesta entender que la ciudadanía no tiene la necesidad de buscar un motor para movilizarse porque ese, sin duda, es el México vibrante, representado dignamente en las familias, en los amigos, en los conocidos y en las compañías solidarias.
En cada hijo, México tiene a un soldado que sale al grito de guerra por los suyos, se bate en duelo y lucha por la transformación de la vida pública con la convicción de que la victoria viene de elementos como el trabajo, el esfuerzo y la dedicación.
Son los habitantes de las localidades, de las comunidades, en suma, de los municipios quienes conocen mejor que nadie las vicisitudes a las que toca enfrentarse y por ende, los indicados para encontrar nuevos caminos de solución a los problemas apremiantes, superar las deficiencias y sortear los obstáculos.
Si alguien camina por las comunidades buscando una aventura, que sea para consolidar avances reales y no para saciar perversos devaneos personales.
Si alguien camina ofreciendo el cielo, la luna y las estrellas, que muestre el rumbo para llegar ellas asumiendo verdadera responsabilidad, pues solo así se puede cumplir a los mexicanos.
¡Digamos adiós a quienes ofrecen abrir los horizontes mientras imponen únicamente los suyos! ¡Digamos adiós a quienes miman con regalos mientras obtienen un beneficio mayor de nosotros! ¡Digamos adiós a quienes se creen genios cumpliendo deseos! ¡Digamos adiós a quienes buscan voluntades complacientes!
Ellos son los malos mexicanos de los que hablaba López Mateos. Los que dicen amar a este país, al estado y a la comunidad en la que por tanto tiempo trabajaron pero son incapaces de demostrarlo porque su tiempo está repartido en el monopolio de iniciativas, en ver cómo abusan y dan rienda suelta a los excesos.
Claro que cualquiera puede reconocerlos. Ya sea por la convivencia a través del tiempo, porque se les ha dado la confianza para entrar en los hogares, porque se les ha otorgado el permiso para conocer a las familias o porque mientras coexisten con las hijas e hijos van dándose cuenta de las tristezas, de las angustias y de aquello que causa dolor. Son cosas que, cuando alguien resulta inservible a ciertos intereses, son utilizadas para lastimar.
Es fácil hacerlo para quien opera al filo de los límites constitucionales, manipula el sistema de impartición de justicia y promueve de manera velada o no la aplicación parcial de la ley.
Las comunidades tienen que aprovechar el proceso electoral venidero para darle mayor fuerza a su nivel de organización, porque todos, incluidos los representantes de los medios de información tienen una tarea que cumplir y una responsabilidad por asumir.
Se reconocerá a los buenos mexicanos porque, aún teniendo ese poder, elegirán no usarlo. Regalar despensas, juguetes o útiles escolares puede hacerlo cualquiera, pero resistir, compartir verdaderamente el dolor y plantar la cara a los retos del mañana sin utilizar la tragedia como arma es, sin duda, uno de los más fieles gestos de amor por la patria.
Sólo es admisible el rotundo triunfo del pueblo de México y para que lo haga, debe darse cuenta de que no se mide el amor que una persona siente por la patria por lo que es capaz de dar materialmente, sino por el dolor que no es capaz de causar.
Salimos al encuentro con el México de los justos reclamos, de los agravios de un pasado traído al presente y de nuevas demandas que exigen pronta respuesta. Vemos a México vestido de color esperanza, mirando el reloj constantemente porque ya no puede esperar.
Ese es el México que nos convoca hoy; ese es el México que mueve la conciencia; ese es el México al que habremos de defender para darle rumbo.
En una década, quien esto escribe ha corroborado que en las comunidades tienen sed de justicia, hambre por alcanzar condiciones dignas y la intención de lograr el progreso familiar.
Pese a que las condiciones del campo no son las mejores, éste tiene la suficiente capacidad para reaccionar, producir y rendir frutos; la gente sale de su casa dispuesta a encontrar un puesto de trabajo y los jóvenes, enfrentando su difícil realidad, se encaminan a la escuela buscando aprovechar las oportunidades que tienen para educarse.
Y sí, en ocasiones algunos de estos jóvenes se ven orillados a participar en el círculo vicioso de la delincuencia o a caer en la drogadicción; pero también en las localidades se encuentran historias de éxito en las que, con el apoyo de sus familias y de los docentes, participan con su energía en el progreso de su lugar de origen.
Hay partidos que caminan dormidos por las calles sin querer despertar, sin querer mirar de frente a este México que pide a gritos que a los que tienen de sobra no les cueste repartir; a este México que mueve la tierra sin el sonoro rugir de un cañón porque en su garganta entona un canto para poder exigir; a este México posible que puede enriquecerse con una participación plena de las mujeres en nuestra vida económica, política y social. Este México está listo para abandonar el burocratismo, el mar de trámites sin sentido y la discrecionalidad en las autoridades; este México está listo para decirle adiós a los agravios cometidos por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla.
La respuesta no siempre está en las oficinas gubernamentales, la respuesta llega a casa con el cansancio de una jornada extenuante de trabajo, con la mente saturada de problemáticas y con el cuerpo tan rendido como convencido de que encontrará en el mañana las soluciones que busca hoy.
Hay cosas que no pueden esperar, como el darle voz a quienes no han encontrado el foro adecuado para contar su verdad; el asumirnos como una sociedad plural mientras cerramos la puerta a quienes por interlocutores tienen a sus propios intereses y hacer frente a los privilegios de un grupo o región.
No son pocos los casos de funcionarios públicos que han demostrado, sin vergüenza alguna, que no cuentan con sensibilidad ante los grandes reclamos de las comunidades que dicen amar; que han demostrado no estar a la altura de sus aspiraciones y que establecieron un compromiso vacío con ellas porque sus únicos intereses siempre fueron el voto y el poder.
Hoy, quizá como nunca antes, las comunidades tienen la oportunidad de desechar las actitudes que debilitan su capacidad para cambiar e innovar.
Es el momento de recuperar la fuerza y la iniciativa para estar del lado de las mejores causas y responder desde la justicia a la falta de respeto propinada por quienes se dicen servidores del pueblo.
Si queremos estabilidad para los obreros, mejores ingresos para los campesinos, para los ganaderos y comerciantes, para los artesanos, los oficinistas, los maestros y los empleados es muy importante traducir las buenas finanzas nacionales, en buenas finanzas familiares ¿cierto? Bueno, es la hora de hacerlo efectivo.
Es la hora de cerrar filas en torno a quien brinde apoyo efectivo y de algún modo u otro brinde impulso al esfuerzo que realizan las mexicanas y los mexicanos que atraviesan dificultades.
Es la hora de propinar un golpe a la desigualdad, la hora de la superación de las condiciones actuales, de la confianza en quien ofrece garantías y no meras propuestas recicladas. Es la hora de una reforma que reconstruya el tejido social desde abajo.
Hacer justicia a nuestra gente es promover estrategias que ayuden a superar rezagos y carencias; es respetar la dignidad de los ejidos y las tierras comunales mejorando la vida de sus habitantes; es procurar que cada bando, reglamento, norma o disposición legal se traduzca en bienestar, justicia y libertad.
Llegó la hora en que nuestras autoridades caigan en cuenta de que no sirve un proyecto para implementar corredores turísticos o comerciales y detonar el desarrollo regional si no se ofrecen primero insumos necesarios para mantener la infraestructura carretera, portuaria, hidráulica y energética.
Llegó el momento de los ciudadanos para reformar al poder desde adentro, construyendo un nuevo equilibrio en el que, además de combatir el cacicazgo, se promueva el acercamiento de la clase política buena a todas las comunidades.
Es la hora de afirmar con toda convicción que los buenos mexicanos son los que realmente llevarán a cabo la transformación que el país requiere en un marco de unidad, fortaleza, pluralidad y libertad.
Estas son las líneas escritas por un hombre apasionado por convivir, compartir, escuchar y comprender al pueblo al que pertenece. Un hombre que aprende diariamente de sus actitudes, pero también de sus tradiciones y costumbres.
Es el pensar de un hombre que proviene de una cultura de esfuerzo y no del privilegio. Un hombre consciente de los grandes reclamos de México, de lo que el país busca ejercer a cabalidad y de las exigencias que hasta ahora no han encontrado respuesta favorable.
Esta es la convicción de un hombre que confía en que las comunidades no bajarán la guardia cuando tienen al alcance la victoria.
¡Es la hora de ganar por y para México!
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