diciembre 9, 2024

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Los números no son los protagonistas — Por: @RealAleGarcia

Las vacaciones se acercan peligrosamente, la Semana Santa viene doblando la esquina y por el carril izquierdo les rebasan las calificaciones que, ya sea por costumbre, tradición o repetición de un círculo vicioso, serán utilizadas para premiar o castigar a más de un estudiante por su desempeño académico.

En muchas familias se toma como una gran verdad que un número es capaz de mostrar la calidad de una persona, que puede hacernos ver la forma en la que trata al prójimo, pronosticar su éxito o sentenciar su fracaso. Es difícil no caer en la trampa de darle a un número el poder de preocuparnos, avergonzarnos o en el peor de los escenarios, distanciarnos cuando debería enorgullecernos el tener la oportunidad de descubrir diversas maneras en las que no es conveniente hacer las cosas.

Sí, le hemos otorgado a los números el poder de mantenernos alerta y también de despertar los síntomas de una cultura que valora más el resultado que el esfuerzo que hay detrás.

Un número puede ser el reflejo de una evaluación; sin embargo, esa valoración no debe minimizar el esfuerzo, el trabajo, el compromiso o la falta de cualquiera de ellos, como tampoco puede infravalorar la motivación, la situación personal o emocional que puede estar viviendo un educando en un momento concreto de su historia académica.

A muchos padres en distintas épocas les ha costado entender que equivocarse no es sinónimo de fracaso, sino de aprendizaje. Los tutores no solo juzgan un error, lo penalizan y, por si fuera poco, intoxican la relación con sus hijos.

Quienes alcanzan un alto nivel de aprovechamiento, regularmente se ven motivados a ir por más. No obstante, los que están en una situación opuesta ven disminuido el interés por aprender y acentúan cierto grado de ansiedad.

El castigo de un comportamiento inesperado o “inadecuado” no se queda en las horas sin teléfono, internet o en la falta de salidas con los amigos porque va generando de a poco personas dependientes de aprobación externa, de reconocimiento, de aplauso y admiración.

Ojo padres, sus hijos están aprendiendo algo muy diferente: Que se les quiere en función de lo que hacen y no por lo que son. Es así que no realizan sus actividades por curiosidad, por gusto o decisión propia, menos por placer; lo hacen por miedo a ser vistos como una decepción o un fracaso.

Psicólogos y especialistas en la materia han investigado el fenómeno que implica evaluar y clasificar los trabajos del alumnado. Hace mucho tiempo, en la interacción existente entre un maestro y sus discípulos, el docente podía prestar una mayor atención tanto a ciertas necesidades como a los estilos de aprendizaje; hoy la obligación está en memorizar por repetición los datos mínimos para superar un examen sin tener en cuenta la verdadera comprensión de la materia.

En las aulas se encuentran casos abismalmente dispares en los que, por un lado, los alumnos se mantienen en el “estándar” y por otro, quienes se salen de él ven el declive de sus habilidades, capacidades, aptitudes y actitudes dado que la responsabilidad recae plenamente en ellos pues si no se adaptan tienen algún tipo de trastorno.

Como familiares de un estudiante queremos que sean felices y que no sean etiquetados ¿cierto? La titánica tarea requiere del compromiso firme del entorno familiar, comenzando por los padres y por supuesto, de los docentes para fortalecer primero los conceptos de felicidad y éxito y después hacernos sensibles ante una realidad en la que muchos cargan con una mochila cuyo peso no podrán soltar en un buen rato.

Durante la revisión de actividades de la educación primaria de hace 15 años, algunos elementos del profesorado incluían en su rúbrica unos sellos en los que podían leerse términos como «insuficiente» o «sobresaliente». Ahora que se incluyen estas palabras en las boletas de calificaciones dentro de los apartados de observaciones y recomendaciones nos damos cuenta de que para no querer seguir perpetuando el sistema, estas acciones se llevan las palmas.

Merece entonces la pena preguntarse ¿Cuánto de nuestra historia académica vemos en nuestros hijos? ¿La autoestima que construimos en ellos está basada en los resultados? ¿Con el espejismo de sus calificaciones vimos en ellos a personas competentes? ¿Sus calificaciones nos hicieron pensar que su lugar estaba lejos de las aulas?

Podemos ser para ellos el adulto que necesitábamos cuando éramos niños, sanar nuestras heridas y tener al menos una pizca de entendimiento porque, en mayor o menor medida, pero nadie salió ileso.
Si vamos a pasar la estafeta que sea para bien, que la experiencia no se convierta en el traspaso a una nueva generación de la pesada loza que cargamos. Vayamos pensando en que a corto, medio y largo plazo estos números tendrán cierto grado de importancia, que tendrán un peso psicológico y que si no ponemos en valor los procesos, seguirá habiendo un efecto devastador en la forma en que valoramos a nuestros hijos.

Somos al final día facilitadores de conocimientos, educadores, formadores de la próxima generación de seres humanos y como tal debemos responder adecuadamente a lo que queremos transmitir prioritariamente: ¿la tenacidad, el esfuerzo, la curiosidad, el interés, la pasión, o el miedo al fracaso, al castigo, a la falta de reconocimiento?

¿Por qué cambiar ahora una receta que lleva 200 años haciéndose «bien»? Porque, para empezar, la única constante en la vida es el cambio y hay medidas que ya tienen suficiente tiempo de vida. Ahora, es importante aclarar que este alegato no va nunca en contra de los docentes o contra el que los alumnos sean evaluados, sino en contra de hacerlo de una manera que ya no encaja con los tiempos que corren.

Los números no son protagonistas, los logros académicos forman parte del paisaje y las posibilidades de éxito o de fracaso van más allá de una calificación. La mejor huella que podemos dejar en ellos hoy es el apoyo, la motivación a ir por lo que es de su interés y el entender el porqué y para qué de lo que estudian. La vida no transcurre o se resume en resultados juzgados por otros.

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