Cuarto Acto
Mantener a raya al gigante
Por: Alejandro García Rueda
Un gigante peligroso y perverso aguarda para encerrar y esclavizar a los incautos. No es fácil determinar si siempre estuvo ahí pero está claro que busca expandir su dominio gracias a factores como la atención y los aplausos.
Hay ocasiones en que para mantenerlo a raya es necesaria la voluntad de los caballeros águila. El ego hace de las suyas, expone nuestro talento, nos presenta un sinfín de fantásticas opiniones sobre nosotros mismos; queda en pie refugiándose en lo anecdótico pero está lejos de ser divertido, máxime cuando en la discusión por dirimir quién es el mejor quedan eliminadas las opciones “Messi” o “Cristiano Ronaldo”.
En el terreno político, el ego resta importancia a los conceptos, a las propuestas y las realidades. Una elección puede empantanarse cuando ésta se reduce a un desfile de vanidades que ridiculiza la trascendencia política del voto mientras se nos explica una vez más por qué tal o cual candidato debe ocupar un cargo de elección popular.
¿Qué sucede cuando ese ego no encuentra lo que espera? Proyecta otra clase de emociones y sentimientos. Generalmente, cuando el candidato se da cuenta de que despierta antipatía en algunos sectores, su análisis le dicta que debe adjudicarlo a la envidia pero son justamente esas declaraciones las que le colocan la etiqueta de antipático.
En una coyuntura política, concretamente en un proceso electoral se traslada el debate hacia donde, en el papel, se considera más conveniente –aunque no siempre lo es– y el gigante, el ego saca a la palestra la supuesta falta de cultura del adversario, sus filias e incluso sus fobias para atacar, le desacredita con el objetivo de que no exista algún tipo de consideración.
Esgrimir las circunstancias personales de alguien o “sacar trapos sucios” no sirve para negar lo que esta persona afirma. Digamos, por ejemplo, que el hecho de que una persona sea corrupta no le quita la razón cuando dice que la corrupción está mal. Quien usa esta clase de argumentos simplemente trata de tener razón desacreditando a la persona con la que discute sin probar que lo que pretende refutar es, en efecto, falso.
Decir que la filosofía de Nietzsche es errónea porque acabó loco o minimizar la opinión de María por el mero hecho de ser mujer cuando asegura que el Real Madrid no jugó bien son ejemplos claros de esta categoría. Se trata de artilugios basados en convencer pero no en explicar.
Muchas de esas declaraciones nacen de una estrategia tremendamente espontánea pero no meditada. Hay quienes tienen una manera muy particular de reconocer el talento ajeno: lo comparan con el propio. Imagine que a mitad de una entrevista en vivo, un político señala que criticarle es equivalente a no demostrar amor por su ciudad, que quienes así lo hacen no cuentan con los méritos necesarios y que incluso hace una pausa para enlistar sus “buenas acciones” rematando con un “habla cuando consigas lo que hice” ¿Hacia dónde cree que conducirá todo esto? ¿Votaría usted por él?
Imagine que lo convocan a un acto de campaña en plena pandemia y que –en este contexto– tanto al candidato como a su equipo se les ocurre hacer un cortejo fúnebre cruzando las vías principales de la ciudad. La carroza se detiene en un punto neurálgico, un grupo de gente que utiliza implementos de protección contra COVID-19, mismos que escasean para la población general, ayuda al aspirante a salir de un féretro y abre su discurso diciendo “si no cumplo aquí me quedo”. La idea falla en concepto, ejecución y timing porque fue motivada justamente por un ego hedonista: “al final del día salimos en medios y es lo que importa”, pero la pregunta se mantiene ¿se traducirá esto en votos?
El teatro puede ser parte de una campaña política pero hay que saber cómo y cuándo utilizarlo. Organizaciones No Gubernamentales como PETA han puesto el ejemplo, lo han hecho y han logrado poner a mucha gente de su lado pero en circunstancias como la que estamos viviendo, montar un show con un ataúd no solo es insensible sino absolutamente inconveniente. El país entero está sumergido en un clima de violencia.
Una cosa es apostar por una estrategia para explicar las razones por las que un candidato debe ocupar un lugar en el congreso, por las que es importante verlo en el ayuntamiento, gobernando al estado o al país y otra poner de su parte para no lograrlo. Por eso es mejor optar por un diferencial alternativo, que bien puede ser el recurrir a genios de otras disciplinas y épocas. De hecho muchos de ellos son utilizados como punto de referencia, como bandera o plataforma en la que se pueda asociar que un candidato aspira a conseguir en la política la trascendencia que tuvo Beethoven en la música o Miguel Ángel en la pintura.
Hay que ser honestos, estamos muy lejos del renacimiento y aunque sí puede abonar a la causa, la batalla no se dirime en esas lides sino en el terreno popular así que hay que actuar con cierto grado de lucidez cuando se piense en la estrategia adecuada. Imagine que mientras usted revisa sus redes sociales aparece la imagen de un candidato cruzado de brazos, le habla de que el trabajo realizado a nivel individual no es nada sin el esfuerzo colectivo pero aparece solo, con traje impecable y peinado impoluto ¿Qué le transmite? Una persona que se presenta con los brazos cruzados a la altura del pecho transmite inseguridad, aislamiento o que pone frente a sí una barrera protectora; el impacto es distinto si aparece arropado por un grupo de personas, sin saco, corbata y con las mangas remangadas mientras sonríe y señala con su dedo índice hacia algún punto.
Pensar con lucidez permite mantener al gigante a raya y dar golpes maestros multiplicando las opciones: “Si el candidato “X” es Beethoven, yo soy John Lennon, Gene Simmons, Slash y Vince Neil”. Es decir, si el contrincante es compositor, yo también, pero además soy bajista, guitarrista y vocalista. Si el adversario se representa en lo clásico y lo antiguo, yo seré lo popular y lo moderno.
Merece la pena recordar que –en la nueva política– las ideologías son delgadas, que lo que importa no son los programas sino los ciudadanos y que rápido se nota cuando los intereses más particulares y más egoístas han engordado.
(Imagen de Steve Halama en Unsplash)
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