
Quienes durante décadas se vieron entre sí como rivales, hoy han encontrado un enemigo común a vencer. Conscientes de que perdieron el contacto real con la calle a razón de verse deslumbrados con el poder, están pagando el precio de cometer errores puntuales cuando fueron gobierno pero su alianza abre ante ellos una nueva oportunidad.
Coloquialmente se dice que “verbo mata carita”, que “cartera mata carita” pero si hay un elemento que puede competir y probablemente derrotar a la apariencia, es la personalidad ¿Qué tiene que ver? Bueno, baste escribir que –muchas veces tachada de frívola– la imagen pública es una fascinante área del conocimiento que se enfoca principalmente en temas de percepción y credibilidad, algo en lo que pueden trabajar quienes conforman dicho bloque opositor.
Regularmente, el votante muestra rechazo al lenguaje leguleyo, tiene aversión al tecnicismo, cierra los oídos a la “palabra dominguera”, desdeña discursos autómatas y desecha la posibilidad de emitir un sufragio por quienes se asumen tácita e implícitamente como “los mejores” o “los expertos” porque prefiere darle su confianza a quien le hable de la creación de una nueva mayoría.
El mayor éxito de este “enemigo común” no es el haber escuchado a tiempo lo que sucede con quienes portan un casco urbano, sino provenir de ese sector, entenderlo y conducirse con el mismo carácter siendo el espejo de la inteligencia emocional del elector.
Hay una falencia particular en la estandarización de campañas políticas: El impedimento a experimentar con las habilidades sociales para generar empatía. Se trata de una estrategia muy socorrida últimamente; sin embargo, es difícil conectar realmente con los votantes cuando el cobijo de un partido no hace juego con la personalidad del candidato y viceversa.
Si quieren recuperar la palabra, tendrán que comenzar a hablar como la gente, como quien diariamente se faja ante la adversidad, como ese personaje chabacano al que el barrio ve como uno más de “sus carnales”; así recuperarán la presencia en la cale y volverá el respeto del vecindario. Asumiendo riesgos necesarios, incluso con actores políticos que en el organigrama partidista están “arriba de uno”, se pueden apretar las tuercas de la maquinaria.
Emilio Azcárraga Jean, dueño de las Águilas del América, no estuvo convencido de haber contratado a Miguel Herrera hasta que el entrenador consiguió el título del año 2013, cuando abandonó su investidura como empresario para convertirse en un descamisado más. Fue el estilo del “Piojo” lo que hizo funcionar nuevamente al americanismo como fenómeno popular y es lo que debe hacer esta alianza –guardando toda proporción– para encarnar los valores que hacen a un candidato el héroe del barrio.
La unión de fuerzas políticas ya ha puesto en marcha a sus estructuras partidistas, quizá su más grande logro sea el arañar el poder presidencial, pero hace falta olvidarse del Manual de Carreño para ganar. Conformar un bloque resta en términos de ideología e identidad pero salvarán la dignidad si entienden que la verdadera grandeza está en las pequeñas cosas.
La llamada “Cuarta Transformación” ha asimilado y entendido lo que muchos no: Si hay una receta exitosa, ésta se esconde en las comunidades y en los barrios, en donde habita la gente auténtica, original e independiente. Mal harían sus detractores en creer que la suma de voluntades basta y sobra para dar la batalla, no; aquí de lo que se trata es de mantenerse a pie de calle, trabajando por hacer de su proyecto un gigante del barrio.
(Imagen de Tim Trad en Unsplash)
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