
Cuarto Acto
Resultados
Por: Alejandro García Rueda
En los últimos doce años el término “resultado” ha cobrado mayor importancia en el discurso político. Se detiene en las charlas al calor del café, exacerba el debate sordo de militantes y simpatizantes e incluso llega a copar las opiniones de analistas, periodistas, políticos y dirigentes, entre otros. Pero, ¿por qué?
El fenómeno se acentúa de cara a la contienda electoral, comenzando con los procesos internos de selección de candidatos. Hay al interior de cualquier instituto político quienes buscan ser representados por un personaje conservador, al mismo tiempo son otros los que pugnan por abanderar a un liberal, a un inspirador o a un líder suficientemente fuerte para unir al partido, pero están también quienes quieren apostar por alguien con resultados concretos.
Habrá, por supuesto, excepciones a la regla pero generalmente la palabra “resultados” se maneja en la política como si estuviera asociada a una actitud. De hecho, hay quienes están tan pendientes de éstos que no les cabe la mínima preocupación por el resto, lo cual puede llegar a ser un problema.
El problema no radica en la falta de consensos sobre las principales cualidades del candidato que contenderá en los próximos comicios, sino en el nivel de satisfacción con los aspirantes existentes y en que tal o cual partido mire tanto al interior o piense tanto en sí mismo que no sea capaz de tomar una decisión que ayude a alcanzar ciertos objetivos.
A la luz del análisis, el mero hecho de medir el éxito o el fracaso basándose únicamente en algunos datos cuantitativos parece reduccionista. Dicen que de vez en cuando es bueno echar un vistazo al pasado y al futuro pero no a expensas del presente. Para que las cosas funcionen la concentración debe estar aquí y ahora.
En ocasiones el nombramiento de un candidato pasa por remitirse a los resultados inmediatos y sucede que se pierde de vista el objetivo principal, el más grande que es –en este caso– formar, construir, afianzar y/o consolidar un proyecto de gobierno. El escenario político es cambiante, las fórmulas triunfadoras de ayer no garantizan la victoria de hoy.
Cabe hacer una reflexión al interior de cada partido. De la mano de un particular estilo todos quieren ganar ¿eso quiere decir que juegan bien? Del abanico de aspirantes ¿cuál de ellos entiende mejor su papel? En ese orden de ideas, ¿cuál de ellos ayuda realmente a conseguir el gran objetivo?, ¿quien tiene un estilo demasiado rígido?, ¿quién es demasiado elástico? En fin.
Las tribunas, los escaños y los púlpitos se enlodan con un viejo debate que busca transformar una cuestión de gustos en algo más profundo. Y es que creer a ciegas en los resultados puede ser como pisar un terreno resbaladizo, como subirse a un pedestal imaginario y todos sabemos lo que sucede cuando alguien pretende ir a Venus en un barco.
La política de este país parece mimetizarse de repente con nuestro futbol. En la prisa por obtener resultados, los procesos se aceleran o se finiquitan antes de desarrollarse y se observa el crecimiento de una dinámica autodestructiva patológica.
Atención, no parece una gran idea apostar por resultados concretos y luego perder.
(Imagen de Ivan Aleksic en Unsplash)
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